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Artículos sobre nuestra historia

Chiquitos: Historia de una Pasión. XXV Aniversario de la declaratoria de Patrimonio Cultural de la Humanidad

by - julio 24, 2019



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Cuando regresé a Santa Cruz de la Sierra, después de una larga ausencia,  tuve la suerte de conocer a don Plácido Molina Barbery, un hombre sabio que estaba profundamente enamorado de Chiquitos. Uno de los temas frecuentes de nuestra tertulia era Chiquitos. Me contó con lujo de detalles su enamoramiento de Chiquitos y el largo y trabajoso tiempo que le llevó fotografiar sus templos, gentes y paisajes (con una pequeña cámara fotográfica que le había prestado uno de los frailes franciscanos que trabajaban en la zona, el padre Pío); de su penoso peregrinar ante las autoridades locales y nacionales para que hicieran algo para no perder este patrimonio (“Eran cartas al lucero del alba”, decía con tono nostálgico).

 Mientras tanto, había entrado en escena el obispo del Vicariato de Ñuflo de Chávez, Mons. Eduardo  Bösl, un franciscano alemán decidido a dejar poso,  quien tomó la decisión de restaurar los templos y trajo al arquitecto suizo Hans Roth para hacer el trabajo. Se trataba de un proyecto de enormes proporciones, que a pesar de las dificultades –económicas y técnicas-- se puso en marcha. Un buen día –en medio de la euforia del resultado de las primeras restauraciones, que en gran parte se hicieron usando sus fotografías- don Plácido me lanzó un desafío:” ¿Por qué no propone los templos de Chiquitos para que UNESCO los declare Patrimonio Cultural de la Humanidad?”. 

Aunque al principio me pareció una locura, acepté el desafío de don Plácido con gran entusiasmo. Tenía plena conciencia que éste debería ser un proceso que debía ser encarado por una institución oficial, pero tomé la decisión de hacerlo por mi cuenta porque sabía la pesadez de la burocracia estatal, sobre todo en lo que a cultura se refiere. Busqué la colaboración de un joven arquitecto que durante sus estudios en Córdoba (Argentina) se había prendado de Chiquitos, Virgilio Suárez Salas. Juntos preparamos el dossier, que se complementó con un pequeño video. Desde el primer momento conté con el asesoramiento de Teresa Gisbert, que estaba de directora del Instituto Boliviano de Cultura, y de José de Mesa; ambos habían preparado el dossier para la declaratoria de Potosí.

Todos los gastos que conllevó el trabajo  se hizo a “nuestra costa y misión”, como decían los primeros pobladores de estas tierras. Cuando el dossier estuvo completo lo presenté a la Cancillería y luego lo mandé personalmente a nuestro representante en París (en ese entonces era Canciller Valentín Abecia, que estaba fuera del país; ejercía de ministro el subsecretario Jorge Gumucio; era nuestro embajador ante la UNESCO don Augusto Céspedes). Aunque a partir de este momento los representantes bolivianos se hicieron cargo del caso, seguí el trámite muy de cerca hablando con las personas adecuadas para conseguir el apoyo, que no fue tarea fácil, pues algunos decían que la arquitectura maderera era “de segunda”. 

La declaratoria se consiguió. UNESCO no sólo nominó los bellísimos templos, sino  seis pueblos, pues el argumento que usé en la documentación presentada fue que se trataba de “pueblos vivos”. Sin lugar a dudas fue un gran logro, pero pronto me di cuenta de que no era suficiente, que habíamos encontrado un tesoro, pero teníamos que hacerlo fructificar. La solución nos la dio, a un reducido número de personas, una musicóloga colombiana que visitaba las misiones. Durante el proceso de restauración de habían encontrado miles de partituras que los cabildos indígenas chiquitanos custodiaban celosamente. Hans Roth había tenido la feliz idea de centralizar todo este material en Concepción, naciendo así el Archivo Musical de Chiquitos. ¿Por qué no organizan un festival musical?, nos desafió la musicóloga colombiana.

El enamoramiento lleva a hacer locuras; fue así que concebimos crear un festival internacional de música que tuviera como objetivo la conservación y difusión de la música de ese riquísimo archivo y, al mismo tiempo, iniciar un proceso de apoderamiento de esta cultura por parte de la comunidad local, departamental y nacional; la promoción turística de la región fue consecuencia de estos objetivos fundamentales. Era una locura total, pues ninguno de los pocos que nos involucramos en el proyecto era especialista en música. Esos cuatro locos creamos una institución para que fuera el sustento de este festival. Para ello llamamos a otras personas para que nos presten sus carnets de identidad para poder formar, de acuerdo a ley, una asociación. Así nación la Asociación Pro Arte y Cultura (APAC).

El Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Misiones de Chiquitos –que tal es el nombre que se le dio-- nació con buena estrella, pues contó con el apoyo del gobierno nacional, de la Alcaldía de Santa Cruz de la Sierra y la Prefectura de Santa Cruz, así como de las embajadas de algunos países. 

Con el primer festival nació formalmente (su gestación ya se había iniciado antes) el primer coro y orquesta formado por niños y jóvenes a la manera de las antiguas misiones. Este primer coro y orquesta se formó en Urubichá, una antigua misión franciscana de la etnia guaraya, en la que trabajaban tres jóvenes músicos Rubén Darío Suárez Arana, Arturo Molina y Damián Vaca. Fue el germen para que a partir de ese momento surgieran otras en cada una de las antiguas misiones de Chiquitos, en Santa Cruz de la Sierra y en San Ignacio de Moxos.

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